Wajima, Japón.
Una decena de personas vive desde hace un mes en un invernadero en medio de cultivos agrícolas en la localidad nipona de Wajima, tras perder sus hogares por el devastador terremoto que ha dejado a miles de desplazados en una situación de gran precariedad y sin vistas de solución a corto plazo.
- Los refugiados, de cuatro familias distintas, se han instalado temporalmente en el cobertizo de metal y plástico empleado como huerta común de tomates y pepinos, la única estructura que quedó en pie en esta zona de Wajima, una de las más golpeadas por el terremoto de magnitud 7,6 del pasado día 1.
Este grupo de personas, que llegó a superar la treintena en los primeros días tras el seísmo, ha acondicionado el invernadero dentro de lo posible para sobrellevar temperaturas bajo cero, y prefiere quedarse allí a acudir a alguno de los refugios públicos de la zona que cuentan con otras limitaciones.
Vecinos unidos ante el desastre
- "Las condiciones de vida en esos centros de evacuados no son las mejores para nosotros", cuenta a EFE Yasuo Bo, de 69 años, mientras fuma sentado frente a una de las varias estufas que calientan el recinto, donde se acumulan utensilios de cocina, mantas, futones y cajas apiladas de comida y bebida.
Bo relata que todos los vecinos de la zona optaron por buscar cobijo en el invernadero tras quedar sus casas totalmente destruidas o en riesgo de sufrir derrumbes y dañar a sus inquilinos, accidentes que se han convertido en la principal causa de muerte entre las 238 víctimas mortales del desastre natural.
- Los miembros de esta pequeña comunidad se apoyaron entre sí en los primeros y difíciles días después de la catástrofe, en los que apenas llegaban suministros de alimentos o agua a la zona, e incluso ayudaron a rescatar a cuatro vecinos que quedaron atrapados entre los escombros de sus casas.
Algunos de ellos fueron trasladándose a centros de evacuados en las ciudades de Kanazawa o Komatsu donde se alojaban familiares, y también donde podían contar con servicios adecuados para niños de edad temprana, relata Kin-ichi Hatanaka, de 71 años.
Bo, Hatanaka y los otros residentes actuales del invernadero, entre los que se encuentran tres adolescentes, prefieren permanecer en estas circunstancias y acompañados de "personas que se conocen de toda la vida" antes que desplazarse a centros de evacuados "masificados" y donde estarían "rodeados de desconocidos" y expuestos a enfermedades contagiosas, según afirman.
"Aquí no nos falta de nada... Aunque la verdad es que fue duro llegar a estar aquí metidos 30 personas", reconoce entre risas Bo.
Él y el resto de la comunidad esperan poder trasladarse lo antes posible a las casas temporales que está instalando el Gobierno regional, aunque como ellos hay unas 14.500 personas que perdieron sus viviendas y no saben cuándo podrán volver a tener un hogar permanente.