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Al gobernador de Jalisco, como a todos los cargos de elección popular, la pandemia por la COVID 19, le cayó como examen sorpresa que puso a prueba si estaban o no, en preparación para reaccionar. Se sabe que a ningún gobernante del partido que fuese le fue bien si no inició una nueva fase de la polarización entre seguidores y ciudadanos urgidos por respuestas correctas.
Pero la fuerza y aprobación con la que comenzó el gobierno de Enrique Alfaro Ramírez, al provenir de un movimiento “distinto” de gente de a pie harta de los partidos PRI y PAN, cambió cuando la beligerancia de su estilo empezó a marcar la gobernanza y la represión civil en el verano de 2020 aceleró todo como se ve en la estadística de la encuestadora Demoscopia Digital.
Y tras errores que lastimaron no sólo a la disidencia civil sino a personas ajenas a cualquier articulación anti gobierno, abiertamente la forma de comunicar se sostuvo en el regaño y desacreditar cualquier cosa que le rebatiera. Pasar de 6 a 10 asesinatos violentos de niñas, jóvenes y mujeres por día, pero culpar a las víctimas o recargarse en las relaciones privadas de las mismas aunque fuera de Casa Jalisco se cometió un feminicidio, marcó otro distanciamiento del grueso de la población.
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